Antón Castro
El Real Zaragoza vive en el desconcierto. Y en la frustración. No se encuentra. Todo está descabezado. Sabemos que el fútbol es aleatorio, cambiante como los vientos, de un dramatismo episódico y a veces casi cómico, sabemos que es un deporte extremado, aún así, está claro que el Real Zaragoza de Imanol Idiakez se ha extraviado y está fuera de sí. Fuera de forma, renqueante, abatido de moral, sin ideas. Es un equipo desgobernado.
Imanol Idiakez. Parecía tenerlo todo claro. Parecía el apóstol del juego de ataque y había entendido la encomienda: el ascenso era la bandera de la ambición del club y la hizo suya. Ahora, le ha visto los pies al lobo, parece haberse dado cuenta de que nada es tan fácil como pudo haber pensado y ha descubierto, tras los tropiezos, que el bloque está tan perdido como lo está él. Si no nos equivocamos mucho, Idiakez está en el umbral del adiós. Él está sobrepasado. Es el rostro del drama y su cara en algunos partidos ha sido el poema de la perplejidad. Como quien no atisba por donde le entra el maleficio ni cómo detenerlo.
Líder. El Real Zaragoza no tiene un líder desde hace años. Un cerebro con mando. El que pide el balón y lo distribuye. El que ejerce un influjo necesario sobre el grupo con personalidad, entrega, buen fútbol y mejores modales. Y en estos momentos los líderes, amago de líderes, son dos o tres: Cristian Álvarez, que es el hombre de los milagros y los aciertos; Javi Ros, todo pundonor pero irregular, y Alberto Zapater, que ama al equipo y es un zaragocista clásico, pero no está bien físicamente. Él también palidece de dudas. Eguaras regresa de una lesión y está inseguro, es un buen futbolista de toque y dirección, pero algo frío y sin ese carisma que necesita con urgencia un equipo desdibujado y frágil.
Pombo. Este futbolista está llamado, o al menos parecía estarlo, a hacer algo grande en el equipo. A tomar el relevo de Cani o de Lafita, por poner dos ejemplos, pero da la sensación de que es un futbolista que no reflexiona, que no se corrige, que tiende a destruirse a sí mismo con su precipitación, su egoísmo, tal vez inconsciente, y quizá su obcecación. Puede dar mucho más de sí, por condiciones debe ser un futbolista determinante en Segunda, explosivo, rápido, con gol, con poderío físico, pero quizá deba pensar en las cosas que no hace bien, y enmendarse. Y la enmienda empieza por asegurar mejor los pases, asociarse y serenarse un poco. Nada imposible; por ahí podría pasar su futuro en este deporte.
El gol. El equipo tiene poco gol. Además, Marc Gual y Álvaro Vázquez, cuando empezaban a coger algo la onda, se han lesionado y eso ha sido como echar más leña al fuego del infortunio y la incertidumbre. Una de las esperanzas es, sin duda, Alberto Soro, un futbolista en formación al que hay que ayudarle; tiene talento, condiciones y personalidad, pero por ahora es como una flor que se está abriendo al mundo con sus primeros brillos. Buff y Papunashvili son tan irregulares que quizá debieran meditar un poco acerca de su aportación real: están por debajo de lo que pueden hacer, y eso denuncia su escaso poder de competitividad y quizá de compromiso con el bloque.
Los nuevos. En este momento todos parecen unos desconocidos. Los futbolistas del quiero y no puedo, a los que nada les sale bien. Igbekeme, Aguirre, Pep Biel, etc., deben ponerse las pilas, y mostrar ambición, entereza, personalidad, la agresividad noble que se le exige a este juego. Todos son muy útiles. El fútbol es de listos y de jugadores que confían en sí mismos.
La afición. Lleva unos años con un comportamiento impresionante, con una pasión que sorprende y que emociona. Los futbolistas y el entrenador, lejos de sentirse intimidados y desarbolados, debieran ponerse a su altura y sentir que su cántico les da alas, certezas y confianza. Que es un tesoro único. Este amor al equipo y a los colores debe ser una bandera, un símbolo y un amuleto decisivo.