
El Real Zaragoza venció a la Ponferradina en un partido áspero, feo, decidido por un gol de Narváez desde los once metros. El equipo de Juan Ignacio Martínez vuelve a respirar en La Romareda, el lugar desde el que puede creer en la salvación. Marcó de penalti, como si la suerte tuviera una cuenta pendiente desde Albacete. Después, se agrupó en su área ante una Ponfe que lanzó el balón al área para estrellarse siempre con el trío que formaron Vigaray, Jair y Francés. El triunfo llegó a través del esfuerzo defensivo, del sufrimiento de todos. Y sirve también como ejemplo de lo que resta: para firmar el noveno año en la categoría, el Zaragoza debe pelear hasta el final. Vivirá de triunfos por la mínima y de partidos antipáticos como el de esta noche.
Juan Ignacio Martínez escuchó la petición popular y sentó al Toro Fernández en el banquillo. En su puesto jugó Álex Alegría, del que hubo pocas noticias más allá de su duelo con Pascanu, y de un remate fallido en boca de gol. El cambio de piezas no desvió el foco de Narváez. Entre otras cosas, porque en este equipo todos los tantos llevan el mismo nombre. El colombiano resolvió de penalti, con un golpeo seco, centrado, que fue un alivio entre las dudas. Y lo fue porque tras un inicio prometedor del Zaragoza, la Ponferradina había tomado las riendas del juego. El equipo del Bierzo demostró en ese tramo que su lugar en la clasificación no es casualidad. Es un bloque bien trabajado, flexible en sus ideas, generoso en sus disputas. Nadie representa la idea de Jon Pérez Bolo como su capitán, Óscar Sielva, un pitbull en la media. Mejor sin balón que con él, la Ponfe se hizo con el partido mediado el primer acto y probó desde la larga distancia. Cristian respondió a los disparos de Romera y de Pascanu, mientras Narváez no embocaba un centro de Vigaray. En ese punto, cuando el Zaragoza no se encontraba y Zanimacchia estropeaba sus mejores detalles, llegó la acción que cambió el partido. Bermejo recibió desde la banda y midió su centro en busca de Alegría. Yac Diori abrió los brazos para ser el mártir de la Ponfe y Narváez no desaprovechó el regalo.
El Zaragoza administró la ventaja en su campo, férreo en la defensa del área: Vigaray no dejó que le desbordaran, Francés no se achicó ante Yuri y Jair resolvió los centros laterales. Francho Serrano corrió por todos y Eguaras acudió con puntualidad a los balones divididos. Faltó pausa en el juego y vías para evitar la agonía. Pero bastó para ganar y conservar la ventaja, no sin un matiz dramático en el cierre. Yuri de Souza, uno de esos delanteros eternos que le dan encanto a la Segunda División, había agitado el partido en su entrada al campo. En un partido chato, plano, marcado por el miedo a equivocarse, el brasileño puso un punto de fantasía. Se topó, eso sí, con otro viejo rockero. Cristian Álvarez evitó su chilena y todos los intentos que llegarían después.
El Zaragoza trabajó en su área para lograr la victoria. Mostró algunas mejorías que serán claves para el futuro: fue un equipo más compacto, solidario y que controló los detalles en los momentos definitivos. Le sigue faltando fútbol, abusa del juego directo y no aprovecha el talento de Bermejo o el dinamismo de Francho. Aún así ha crecido en confianza y, con el agua al cuello, supo ganar un todo o nada. Conseguida la ventaja, nunca pensó en atacar pero sí supo defenderse.
Suspiró Juan Ignacio Martínez, consciente de que su equipo le había ganado al reloj y a sus miedos. Feliz también porque tiene en Narváez a un tesoro y en La Romareda un amuleto.