
Las temporadas tienen momentos especiales, victorias que deben ser recordadas, duelos que cambian la suerte. Puede ser tras instante decisivo, en un partido con nieve y después un triunfo feliz. Así le ganó el Zaragoza al Logroñés en su cita en La Romareda, fruto de los goles de Narváez y de Bermejo. El colombiano acudió a su llamada más célebre con un tanto desde los once metros. Bermejo, el jugador de más talento de la plantilla, encontró por fin su lugar en el campo y puso su nombre en el marcador. Enfrente estuvo un Logroñés que mostró personalidad en la derrota y supo amenazar a través de la zurda de Paulino. Incluso llegó a marcar un gol en fuera de juego, pero por una vez la noche no estuvo para desgracias y sí para el mágico sabor de los triunfos en el todo o nada.
Juan Ignacio Martínez ha traído un discurso honesto, sensato, destinado a reparar a un grupo herido en el ánimo y en el fútbol. El técnico ha mostrado tranquilidad entre las brasas, voz pausada con la vida en juego y ha sabido encajar entre la afición con guiños a la historia. Ayer encontró una tecla más afinada con un sistema que le da margen a la improvisación de Bermejo y vuelo a Francho Serrano. El canterano continúa dando pasos avanzados en su progresión, tiene mil ojos en cada jugada y se ha convertido en poco tiempo en la referencia de cualquiera. Con el balón, es el socio de todos. Sin él, sabe estar en todas partes. Unos metros por detrás, Alejandro Francés brilla al cruce; veloz, intuitivo, cada vez más lejos de sus pecados de juventud. En ese plan, hubo espacio para la pizarra y el Zaragoza se presentó en el área del Logroñés. En tres córners consecutivos, Narváez probó a Dani Giménez y Francés tuvo tiempo de rematar y de forzar un penalti inmediatamente después. Lo transformó Narváez con un golpeo tan chapucero como eficaz.
El gol le dio al Zaragoza el punto de confianza que necesitaba. Campó a sus anchas y gobernó el partido con mayor fluidez. Jugó con alturas diferentes y supo vivir en espacios intermedios, cómodo entre las líneas. En un contexto favorable, Eguaras buscó un lugar para reencontrarse, Zanimacchia lo intentó por el costado y Chavarría hizo suya la banda izquierda. Se llegó al descanso con un temor conocido, con la sensación de que el Zaragoza había aplazado la sentencia. Una nieve fina cambió la estampa entonces y el equipo aragonés supo matar el partido poco después.
Lo hizo con el estreno de Bermejo, feliz en esos momentos, con tiempo y espacio para mostrar su don. El madrileño posee trucos para salir del laberinto, personalidad para regatear a cualquiera y vive su mejor momento en la temporada. Anoche, se estrenó ante la portería y mostró menos lagunas en el juego, una debilidad que afecta especialmente a los futbolistas de su condición. El gol llegó tras un centro de Narváez; el remate no fue limpio, pero sí inalcanzable para Dani Giménez.
Marcó Bermejo y lo celebró un club que empieza a creer en la salvación. Lo hace tras una noche especial, ante un Logroñés sin complejos, al abrigo de un técnico que ha sabido cambiarlo todo sin modificar demasiadas cosas. El triunfo no debe esconder algunas de las miserias que afectan a este equipo, ni debe retrasar a la dirección deportiva en sus retoques. Pero vuelve a dar aire a un grupo que ha conocido a tres técnicos en la mitad del curso.
En el último duelo de la primera vuelta, el Zaragoza salió temporalmente del descenso tras sumar su victoria más cómoda de la temporada. Lo hizo, entre otras cosas, porque recordó un requisito esencial de este juego. Con la nieve como decorado, el equipo de Juan Ignacio Martínez, acostumbrado a sufrir los partidos, descubrió un día para disfrutarlos.