Manu Galvez.

Cuando menos te lo esperes volveré. Entiendo que me abandones, pues me has querido mucho, pero al final uno se cansa hasta de lo que ama. Los sentimientos cuando son de verdad nos mienten. Nos quieren engañar con que no merece la pena seguir sintiendo esa energía que sale del corazón y de las tripas. En nuestras entrañas, las arañas, en cada aurícula, un azul y blanco de película.
Si entendiésemos lo que amamos dejaríamos de hacerlo. Ya lo decía el aragonés más universal, “Hay cosas del corazón que la ciencia no entiende”. Goya fue un pintor de premio cinematográfico. Todo se movía en sus cuadros y el sonido lo ponía el color. La sinestesia no duele si se aplica en su proporción justa. El problema es de los cirujanos que cogen el bisturí como si de un pincel se tratase. Lo que no se puede explicar es con lo que más merece la pena perder el tiempo en intentar hacerlo. Lo evidente hay que dejarlo en manos de los creyentes de cualquier religión y en los futurólogos, que lo que ve tu imaginación creas que es lo que es la verdad, habla del poder que tiene la ficción, tanto que a veces se confunde con lo que parece real.
El Real Zaragoza siempre está en esa finísima línea de la inexistencia. No sabemos si no lo hizo nunca o es que tiene el riesgo continuo de desaparecer. Uno se despierta pensando que no fue un sueño y se acuesta deseando no dormirse nunca más. Todo lo que pasa en ese intervalo es “zaragocismo mágico”, los escritores lo sitúan en un lugar exacto entre el viento más nervioso y la tierra más estática. Algo que no se mueve pero que no para.
El octavo año de esta distopía necesitará que todos nosotros queramos llevar a nuestro equipo al lugar que le corresponde. La única lucha que merece la pena es la que busca la utopía y yo no conozco ninguna más bella que el Real Zaragoza.
Ser zaragocistas es lo que hace que podamos creer en nuestra existencia. Los sueños siguen inalcanzables y solo se consiguieron en el pasado. En la realidad no pasa nada, solo el escudo del león flotando en un limbo gaseoso, inmaterial y que solo podemos ver los ilusos convencidos.