CRÓNICAS

El Zaragoza se condena en Segunda

Jorge Rodríguez Gascón.

El Real Zaragoza pierde ante el Elche en la semifinal por el ascenso (0-1) y el sueño de Primera División tendrá que esperar una temporada más. Nino firmó la sentencia después de que el Zaragoza desperdiciara media docena de oportunidades, casi las mismas que ha malgastado a lo largo de la temporada. El final se repite de manera cruel, como un bucle infinito.

real zaragoza condenado

Una temporada interminable exigía un partido largo, lleno de emoción, con la agonía de las grandes ocasiones. La trayectoria del Zaragoza en estos años en Segunda sugería al mismo tiempo un final trágico, que se reitera sin importar el contexto y los intérpretes. El fútbol ha cambiado su piel y se pierde ahora en los silencios, pero hay cosas que no han variado en el camino. El Zaragoza falla en el momento de la verdad y las lágrimas de los futbolistas son las de una afición que no comprende la razón de tanta desgracia. En esta noche de agosto, fueron las de Francés, Soro o Guti del mismo modo que antes fueron las de Borja Iglesias o Vallejo.

El Zaragoza inició el partido con autoridad, quiso mandar en el juego y fue más profundo de lo que acostumbra. Víctor Fernández le dio vuelo a sus costados, con la entrada de Álex Blanco y la responsabilidad que le ha otorgado a Burgui. De Blanco se pueden decir pocas cosas: sus partidos nunca pasan de la mediocridad, sin importar si juega cinco minutos o toda una parte. Las actuaciones de Burgui han progresado de manera evidente cuando se acercaba el cierre de la temporada, y jugó del mismo modo ante el Elche: discreto en el primer tiempo, veloz y valiente en el segundo.

El movimiento de Víctor tuvo algunos daños colaterales que le sentaron bien a su equipo. El Zaragoza mejoró con Guti en su lugar natural, en el centro del escenario. Es allí donde toma las riendas de los partidos, donde recupera y se ofrece por todos los lugares; el punto desde el que puede pisar el área rival y encontrar la estela de Kagawa. El japonés ha mostrado su mejor fútbol de la temporada en el momento decisivo: con el horizonte abierto fue capaz de detectar el desmarque de Linares, la zancada de Burgui o el pase entre líneas de Eguaras. Aún así, su curso en Zaragoza estará marcado más por sus sombras que por las luces del fin de fiesta. Ni siquiera en las noches más inspiradas de Kagawa o de Burgui el Zaragoza pudo batir a Edgar Badía, un portero de los antes: menudo, ágil, que disfruta en las grandes citas y en el duelo particular con los delanteros.

guti llora

Mientras el Zaragoza dominaba el partido, el Elche solo asomó a través del regate de Josan, el centro de Juan Cruz y con esa amenaza permanente que es Nino. El futbolista del Elche conoce todos los secretos de este juego. Se reinventa cada temporada y a pesar de sumar 40 años, parece que su fútbol nunca se acaba. Vive ahora más lejos del área, pero nunca duerme; llega a la posición de remate en el momento preciso y siempre encuentra su lugar en los partidos.

El Zaragoza contó de nuevo numerosas oportunidades para batir a un Elche que supo, como Nino, aguardar su ocasión en el partido. En el primer tiempo, Guti ensayó una volea que obligó a que Badía mostrara todos sus reflejos. Y al filo de la media hora, llegó la primera gran acción del partido. A campo abierto, Kagawa eligió la carrera de Linares, que se plantó solo ante Badía. El portero redujo los espacios y le negó el gol que ha soñado toda su vida. Esa parada fue quizá el símbolo más grande de un nuevo maleficio:  la interrupción de una historia inmejorable, el fallo de un delantero que fue, también lejos de La Romareda, un modelo de zaragocismo.

Poco cambiaron las cosas en el segundo acto. El Zaragoza dominaba el fútbol posicional y el Elche se esforzaba en las ayudas, entregado al plan más práctico de Pacheta. El Zaragoza se prolongó por los costados, Vigaray mostró su despliegue y Burgui alcanzó en esa fase del juego su mejor rendimiento. El Zaragoza volcó el juego por su banda: Eguaras puso la pausa, Guti aceleró y encontró el regate del extremeño y la imaginación de Kagawa. Del japonés fueron las dos ocasiones más claras tras la reanudación. En la primera, su disparo se topó con el larguero. En la siguiente, gestionó mal una contra y quiso para él un gol que era de otro. Kagawa buscó un disparo que el defensa ya esperaba y no atendió la llegada de Vigaray.

nino en as

El partido se abrió y se convirtió en un golpe a golpe. Fidel puso a prueba la magia de Cristian Álvarez con una falta impecable. Álvarez la detuvo y el Zaragoza no cantó gol en la transición de después. Cuando las fuerzas ya fallaban, Víctor Fernández no acertó en los cambios. Retiró a Linares, que esperaba una segunda oportunidad, y puso a Pereira, del que no se puede esperar nada. Tampoco mejoraron al equipo ni Soro ni Daniel Torres y Javi Ros quedó en mal lugar en una acción definitiva. Antes, en el minuto 81, llegó la firma de un delantero eterno, la de Juan Francisco Martínez Modesto, Nino. Víctor Rodríguez encontró la carrera de Juan Cruz y el lateral intuyó la llegada de Nino. El delantero, que se viste de diablo siempre ante el Zaragoza, golpeó con el empeine y puso el balón en un lugar inalcanzable para Cristian Álvarez (1-0).

Era tarde, pero el fútbol le reservó al Zaragoza la oportunidad de reengancharse al partido. La forzó Burgui con una pena máxima y la malgastó Javi Ros en la ejecución. Su lanzamiento fue un chiste para Badía. Ros eligió un panenka cuando el partido exigía el penalti más serio y sencillo de siempre. La mejor virtud del capitán ha sido ser siempre un futbolista sólido, ejemplar y sin alardes. Y jugó a ser Totti, en la noche que tenía que ser Javi Ros.

Poco importaron los últimos coletazos del Zaragoza, que pusieron fin al relato de una temporada eterna. Una historia que ya conocemos, que ya hemos vivido en otras ocasiones y que no por ello deja de ser dolorosa. Un final que se repite como un mecanismo cruel, casi inevitable. El Zaragoza volvió a tener la eliminatoria en la mano: el partido, el juego y las ocasiones fueron suyas. Pero se encontró en el camino con una modesta leyenda de este fútbol, un delantero que no entiende de medias verdades, de sensaciones y de quejas en los despachos. Su gol fue la sentencia de un Zaragoza que regresó del confinamiento con el traje fúnebre preparado. Vencido antes de tiempo, como si aceptara una vez más su propia maldición.

 

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