OPINIÓN

La bendición de la puerta cerrada

Rafael Rojas Serrano.

un equipo a la deriva

Los aficionados del Real Zaragoza jamás valoraremos en su justa medida la bendición que supone que los partidos postconfinamiento se jueguen a puerta cerrada. Evitarse un bochorno semanal no tiene precio. Padecer en soledad los continuos ridículos del grupo de Víctor Fernández evita el sonrojo colectivo, permite no tener que mirar a la cara a cientos de compañeros de fatigas. También concede a futbolistas y técnicos el alivio de no tener que soportar pitos y reproches. Menos mal, con lo sensibles que son, sólo les faltaba ser silbados… Sin duda, perder así debe doler menos. No hay que forzar aplausos al respetable desde el centro del campo, no se tiene conciencia plena del disgusto provocado un partido sí, otro también. Acaba la faena, ducha y a casa sin cientos de aficionados pidiendo cuentas. Todo es tranquilidad.

En el plano financiero, sin embargo, el bochorno reiterado sí que tiene un precio. A una media de 300 euros por abono, tirando por lo bajo, cada partido sale a unos catorce euros, cifra que multiplicada por seis asciende a más de 85 euros recaudados por el club en cada abono sin ofrecer ninguna contrapartida a los abonados. Como el número de paganos es de unos 28.000, el dinero recogido por Lapetra y cía y no reingresado a sus fieles asciende a la elegante suma de 2.400.000 euros. No está nada mal. La temporada pasada, la ausencia del Reus permitió ingresar alrededor de 400.000 euros jamás compensados a los abonados. Casi tres millones al bolsillo en dos temporadas, un negocio redondo para el club. Si queda algo de  vergüenza es de suponer que los gestores del Real Zaragoza reembolsarán ese dinero a sus 28.000 legítimos propietarios.

A puerta cerrada, definitivamente, todo es más llevadero. Pierdes de manera consecutiva cinco duelos, cinco, y no duele tanto. Al fin y al cabo, apagas la tele y vuelves de inmediato al resto de tus cosas, no debes emprender el largo camino de regreso a casa, envuelto en la bufanda con el calor que hace. Y si se pierde, pronto llega la revancha, aunque luego el resultado sea el mismo.

Si pierdes sin público, además, puedes aferrarte a ese mentiroso lema tantas veces escuchado: “El Real Zaragoza es el equipo que más va a notar jugar a puerta cerrada». Un eslogan insostenible. ¿O es que en Vallecas, el Carranza, El Alcoraz o El Molinón las aficiones locales no animan, no aprietan? ¿Tampoco en Fuenlabrada, Albacete, Oviedo o Miranda? Un poquito de humildad, por favor, que somos muy buenos, pero no somos los únicos aficionados ejemplares con sus equipos.

A puerta cerrada, en La Romareda sólo existe la derrota. Pero no olvidemos que antes, con las gradas bien nutridas, Cádiz,  Mirandés y Albacete se llevaron los tres puntos, y Lugo, Málaga, Girona y Fuenlabrada rascaron un empate. Así que de maldición de puerta cerrada, menos lobos, que con la mejor afición desgañitándose los noventa minutos también se cometen pifias.

No piensen que lo anteriormente escrito es hacer leña del árbol caído. En absoluto. Para empezar, el árbol sigue en pie porque a pesar de los pesares el Real Zaragoza tiene todavía en sus manos el ascenso. Vía promoción, desde luego, ya que soñar con un fiasco doble de Huesca y Almería no tiene sentido. Repetimos, por si acaso el mensaje no cuadra. El equipo de Víctor Fernández depende de sí mismo. Si es el mejor de las eliminatorias de ascenso, estará en Primera División.

No creo en ese eventual regreso a la élite. Ojalá se produzca un cambio radical y el Real Zaragoza cierre con éxito la temporada. Lo deseo tanto como antes del partido contra el Oviedo, pero esa insultante derrota debe marcar necesariamente un antes y después en el espíritu de los zaragocistas. Cuando se trata de sentimientos, no se puede perdonar el engaño,  y el pasado domingo los jugadores del Real Zaragoza engañaron a sus seguidores.

Por primera vez en mi vida zaragocista me siento estafado. Ni siquiera sentí esta sensación con el sonrojante 6-2 de Llagostera. A aquel equipo nunca le concedí gran crédito. Ahora sí, esta temporada estaba plenamente entregado a un grupo que me ofrecía garantías. Por eso este fiasco continuo, sellado con la oprobiosa debacle ante el Oviedo, no tiene perdón posible.

Ascienda o no el Real Zaragoza, no variará el resultado del análisis. En caso de ascender, nadie nos devolverá la vergüenza sufrida. De seguir en Segunda, el timo alcanzará su octava versión. Y uno, que se va haciendo mayor, ya no está para determinados trotes. Que les vaya bonito y procuren no hacer el ridículo. Tarde o temprano se abrirán las puertas y llegará el escrutinio quincenal.

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